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Ayer vi el anuncio de Bancaja que tanto ha dado que hablar últimamente y me deprimí profundamente. Me entristeció que un anuncio de un banco (o caja de ahorros, no entremos en tecnicismos) use uno de los personajes míticos de mi infancia, uno que tenía en el recuerdo de alguien simpaticón y buenazo como es Bud Spencer e intente venderte un servicio de fidelización del cliente que ellos ofrecen, un servicio enfocado ¿a quien? a tíos como yo, que tenemos en el recuerdo a ese personaje.

La campaña no busca gente joven, ni a la generación de mis padres, buscan mi generación, los que potencialmente vamos a aumentar nuestras gestiones con el banco, vamos a ingresar la nómina, vamos a tener una hipoteca, vamos a comprar o cambiarnos de coche o estemos ya pensando en (dios no quiera que llegue ese día) un plan de jubilación. Quiere mostrarnos que Bancaja nos ofrece la posibilidad de tener un servicio bancario mejor y todo esto calmando los ánimos del Mr. Spencer, que dices joder si le quitan las ganas de arrear al amigo Bud, estos tíos son buenos y punto.

Donde mucha gente quedó en la anécdota y en el ji-ji, ja-ja del anuncio y en el “oye has visto el anuncio del Bud Spencer? qué gracia!” (que esta es otra, la gente a veces me alucina, seguro que preguntas a 500 tíos que hayan visto el anuncio de qué compañía se trata y 5 te dirán como mucho que el logotipo les suena que era azul), yo en cambio después de esta reflexión sobre el target del anuncio quedé planchado, como si Bud Spencer me hubiese dado un mamporro con la mano abierta, una budgalleta (así las llamaba cuando era un crío) en toda la cara.

(Vía tvspotblog)